María Ignacia miraba la tele, empezaba el programa de chafardeo pero a ella no le interesa. Señaló al marido el mando a distancia para que cambiese de canal. A ver si con suerte sale algo de música por la caja tonta _ así es como lo llama su hija Antonia.
Tenía hambre y aquel día tocaba guiso de patatas. No podía quejarse tenía atención en todo. Su marido José le preparaba cada día la comida, el desayuno y la cena. Y por si le costaba él le da de comer con mucho amor.
A ella le encantaba cocinar para toda su familia. Pero hace meses que no pasa por la cocina, y muchos más que no toca ollas ni otros utensilios. Desde que el Alzheimer y el derrame cerebral le ocasionó pérdidas en su movilidad, y olvidos en sus quehaceres.
_ Ayer vinieron de la Cruz Roja, nos van a dar varias ayudas hija, vendrá una chica para estar con tu madre_ le contaba por teléfono Jose a su hija.
_ No creo yo que tenga que venir nadie a estar con ella para pasar el rato sino alguien para ayudarte con las comidas, la ducha, etc. Deberías reclamar más ayudas papá.
_ No se hija es lo único que nos dan, tendremos que aprovecharlo.
Mientras tanto María Ignacia estaba sentada como siempre en su sillón. Acariciaba dos peluches que tenía como su más preciado tesoro. Estaba a punto de quedarse dormida.
Martes por la tarde, sonó el timbre y apareció Sonia la voluntaria de la Cruz Roja que viene de acompañamiento al hogar de los ancianos. Jose le indicó que su mujer está en el sillón. No creía que pudiera hacer mucho puesto que ha perdido mucho de la cabeza y a penas habla. No obstante la joven insistió en que lo importante es que la señora esté cómoda. Le trajo un cancionero y algunas fichas de atención. El señor le prestó unos álbumes de fotos.
María Ignacia miró de reojo a la joven. Se acordó de cuando ella era joven pero no podía detallar los años que habían pasado. A duras penas le venía su imagen. Se perdió mirando al balcón, a sus pajaritos, estaba muy sorprendida ¿qué querría aquella joven?
Sonia se le acercó y le pregunóa cómo se encontraba. La señora a duras penas pudo contestarle. Intentaba articular las palabras adecuadas pero en el camino se le olvidaban. La miró y la joven le respondió con una mirada de ternura.
Va pasando la tarde y después de leerle un cuento a María Ignacia sobre magia decidió poner en marcha algo de música para ver si eso le podía estimular y hacer trabajar su memoria. Empezaron con la canción “Bésame mucho” al principio solo cantó Sonia pero tras repetir el estribillo varias veces la señora se animó a decir el bésame mucho muy flojito pero bien entonado. El marido queda asombrado y le guiña un ojo a su mujer. Ésta le explicó a Sonia que años atrás siempre estaba cantando pero que ahora no podía recordar las letras. Cantaba y bailaba todas las canciones de su época, según ella cantaba más que las ranas. Todos se pusieron a reír ante tal ocurrencia de la abuela.
El marido se acordó de repente de cómo María Ignacia le cantaba coplas al oído en el baile del pueblo; de cómo endulzaba todo con su voz; del vestido y de su sonrisa. Por suerte el sentido del humor no lo había perdido, pero la esperanza sí. Se dejaba llevar por las horas y por las rutinas que le administraban.
Jose trató de recordarle esa escena para que ella hablara y para que Sonia comprobara cuanto podía recordar la mujer sobre hechos ocurridos en el pasado. María Ignacia no soltaba prenda. No podía decir nada se ausentaba mirando la pared. Jose entristecido quería regresar al baile de hace ya muchos años, cuando casi ni se conocían y ver la frescura en su cara la vitalidad en sus ojos y su mente bien despierta.